Crisis de Refugiados en la Frontera

Por Katia Lopez-Hodoyan five

El clima de la tarde era seco y caliente, pero al caer la noche, era frío e implacable. El zumbido de los carros haciendo fila en la Línea Internacional entre Tijuana y San Diego, ya ni parecía ruido, pues era parte del ambiente. Habían pasado ya tres días desde que Pablo Ruiz llegó a la frontera con su familia, incluyendo su hijo de tres años. A tan sólo unos pasos del cruce peatonal hacia los Estados Unidos, Pablo instaló una casa de campaña improvisada, cubrió el asfalto con cajas de cartón y se colgaron cobijas para tener sombra. Habían otras familias en la misma situación, todas esperando  el mismo objetivo: Recibir asilo político en los Estados Unidos.

“Tenemos ya tres días aquí, algunos de los refugiados llevan una semana”, dice Ruiz, mientras su hijo dormía a su lado. Ruiz y su familia huyeron de Zamora, en el estado de Michoacán, debido a la violencia.

“Unos familiares allá en nuestra tierra nos dijeron que si llegábamos a la línea internacional Estados Unidos podría darnos asilo político”, dice Silvia Ruiz. “Si no aceptan nuestra petición no podemos regresar a Michoacán. Tenemos que huir de la violencia”.

Desde hace un mes, cerca de mil refugiados han llegado a la línea internacional de Tijuana. Al llegar al límite de la frontera mexicana, esperan una entrevista con los oficiales de migración, para ver si califican como refugiados en Estados Unidos. La espera puede durar días y sin saber a dónde ir, cientos de refugiados se han instalado en la frontera. Con la llegada de más refugiados, varios centros de asilo en Tijuana han abierto sus puertas para recibirlos. La Casa del Migrante es uno de esos centros. Estos refugiados han llegado desde lugares remotos como Senegal, Haití, la República Democrática del Congo, Armenia, Centro América, e inclusive México.

Todos con historias diferentes, pero en su mayoría coinciden que huyen de la violencia y la persecución.

Una jóven de 22 años de El Salvador, que no quiso dar su nombre, dice que huyó de su pueblo, bajo las amenazas de las pandillas que la seguían a su trabajo, e inclusive a la escuela. Al ignorar a los pandilleros, estos empezaron a ir a su casa, amenazando con matarla.

“Cuando le dije a mi mamá que me quería ir, me dijo: ‘No quiero que te vayas, pero por tu bien, tampoco te puedes quedar aquí”.  “Lo único que  traje conmigo, es mi fe en Dios”, dice la joven, mientras fija su mirada en el cruce peatonal. “Pase lo que pase, no me regreso a El Salvador”.

La Casa del Migrante en Tijuana, le ha dado la bienvenida a cientos de refugiados desde que empezaron a llegar a finales del mes de Mayo. El Padre Pat Murphy, director del albergue, dirigió una carta al Centro de Estudios de Inmigración exponiéndose el problema.

“Es como una gotera en la llave de la cocina, que uno piensa arreglar uno de estos días… pero esa gotera de refugiados continúa llegando a Tijuana. Vemos entre 80 y 100 que llegan diario”.  El padre católico agregó: “De momento el grupo más grande que llega a nuestras puertas es de Haití, pero existen rumores que hay que prepararnos para la llegada de gente de la India, de Nepal, y de algunos países africanos”.

Estas escenas se han convertido en algo común en Europa, donde millones de refugiados del Medio Oriente, abatidos por las guerras en Siria e Irak, han buscado y siguen buscando asilo. Sin embargo, es un fenómeno nuevo a lo largo de la frontera de Tijuana con San Diego, al menos a éste nivel.

En los últimos dos años las noticias internacionales han reportado acerca de los miles de niños de América Central que atraviesan el desierto hacia los Estados Unidos, sin ser acompañados por un adulto. Una vez que estos niños son detenidos por oficiales de migración, sus casos son analizados para determinar si califican para asilo político. Sin embargo, el presentarse a la línea fronteriza militarizada, es una táctica nueva.

“No es una exageración decir que tenemos una crisis legítima en la frontera, pero aparentemente, nadie se da cuenta de ello” agrega el Padre Murphy, de la Casa del Migrante. “No basta con desear que desaparezca el problema, los Estados Unidos debe responder a este desafío, y el gobierno mexicano también necesita ofrecer una mejor respuesta”.

Mientras los gobiernos  necesitan discernir un plan humanitario concreto, la realidad es que esta crisis de DSCN1595 (1)refugiados ha cobrado muchas lágrimas. Karla, una madre de El Salvador de 38 años, dejó su país para huir de la violencia. Dice que las pandillas locales extorsionan y amenazan para infundir temor, un día se dió cuenta que ya no podía más.

“Vine con mis dos hijos, uno tiene diez años, el otro tiene cuatro”, dice Karla mientras se seca las lágrimas. “Pero nos separamos en la ciudad de México, no había suficiente lugar en el camión. Los polleros nos dijeron que nos veríamos aquí en Tijuana, pero no he sabido nada de él. Estoy muy preocupada”.

Se secaba las lágrimas, que brotaban sin cesar, mientras desconocidos trataron de consolarla. Le decían que todo iba a estar bien, y que pronto sabría del paradero de su hijo. Pero estas palabras fueron seguidas por un silencio palpable. Un silencio que decía mucho. Fue el momento en que el grupo pareció darse cuenta de que a pesar de sus palabras de consuelo, no tenían respuestas. Mucho menos, las respuestas acerca de lo que les depara el futuro.

 

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