Comentario:
Por Humberto Caspa, Ph.D.
Finalmente se ve una lumbre que brilla al final del túnel que conduce a los gays hacia el Pentágono. La tolerancia empieza a ganar terreno en la institución militar.
Durante su pronunciamiento en el Congreso, el presidente Barack Obama propuso, ante la mirada atónita de los comandantes de las Fuerzas Armadas, que los gays tienen derecho a servir al país sin ser discriminados.
Esta semana, frente a un comisionado del Congreso, el máximo oficial de las Fuerzas Armadas, el almirante Michael G. Mullen, puntualizó que la ley conocida como “no preguntes, no digas” debería ser abrogado.
“A título personal y de acuerdo a mi punto de vista particular, los gays deberían servir [en las Fuerzas Armadas] en forma abierta…”, dijo.
Estas dos propuestas vienen como un balde de agua fría a quienes consideran que los gays no deberían tener cabida en las Fuerzas Armadas.
Los enemigos de la nueva propuesta consideran que los lazos de camaradería y la confianza existente dentro de un regimiento militar se debilitarían, o perderían de valor, si es que alguno de los soldados expusiera públicamente sus tendencias homosexuales.
De acuerdo a este punto de vista, los soldados homosexuales no cumplen sus labores militares en forma eficiente. Se cree que en una contienda bélica, como en Afganistán o Irak, los soldados heterosexuales estarían en peligro si son protegidos o respaldados por soldados homosexuales. Es decir, consideran que los soldados homosexuales, por cuestiones fisiológicas y sicológicas, son más débiles que los heterosexuales.
En este sentido, no solamente cuestionan la sexualidad del soldado gay, sino también su patriotismo, su fidelidad a la patria y su falta de capacidad profesional de desarrollar sus tareas militares.
Por el contrario, la comunidad gay y proponentes a cambios institucionales dentro de las Fuerzas Armadas creen que dicha prohibición se debe más a condicionantes sistémicos y al conservadurismo de algunos dirigentes militares y civiles.
Históricamente, las Fuerzas Armadas restringieron a diversos grupos sociales, incluyendo a las mujeres, a no tomar parte en los regimientos militares. A los negros, por ejemplo, los excluyeron por razones netamente racistas y a las mujeres lo hicieron por cuestiones de sexismo.
Sin embargo, a medida que pasaron los años y a medida que la sociedad ablandó sus inclinaciones discriminatorias, las instituciones gubernamentales empezaron a facilitar cambios sociales internamente.
En 1993, después de una larga disputa entre la Casa Blanca y el Pentágono, el gobierno moderado de Bill Clinton decidió aceptar la propuesta “no preguntes, no digas” del ex comandante de las Fuerzas Armadas Colin Powell. Dicha ley permitió que los gays tomen parte de las instituciones armadas, pero con la condición de no hacer pública sus tendencias homosexuales.
Desde la implantación de esta ley más de 14.000 soldados fueron dados de baja. Muchos de ellos en forma injustificada y la mayoría no tuvieron acceso a presentar sus quejas en una corte federal.
Ahora parece que todo está llegando a su fin. El túnel hacia las libertades civiles está empezando a tomar un rumbo más acertado en el Pentágono. No es nada más que semanas, tal vez meses, en que se instituya el libre acceso de los gays en las Fuerzas Armadas. Yo creo que es la mejor forma de pagar la fidelidad patriótica de esta población.
Humberto Caspa, Ph.D., es profesor universitario. E-mail: hcletters@yahoo.com