Por León Bravo
Para mantenerlo contento y aplacado, al pueblo hay que darle circo.
Los emperadores del antiguo imperio romano fueron los que más se distinguieron por ejecutar la anterior premisa al pie de la letra.
Cuando los conflictos sociales, políticos, y económicos empeoraban, el César abría las puertas del Coliseo para que los desempleados, los explotados, los desafortunados, los pobres y los miserables, olvidarán sus penas presenciando cruentas luchas entre gladiadores.
El espectáculo, montado por los fuertes, ricos, y poderosos, era una estrategia política calculada para despresurizar el entorno social de un pueblo encolerizado por los excesos de la clase gobernante.
Por siglos, darle un poco de esparcimiento a los indigentes surtió efecto. Pero hoy, en un mundo donde la mayoría ya no está dispuesta a mantener los lujos de los privilegiados, el circo llegó a su fin.
Con los movimientos sociales en la víspera del inicio de los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro, el pueblo brasileño se ha erguido como el gran defensor de los oprimidos.
Las protestas y manifestaciones efectuadas en varias ciudades del gigante amazónico son señales inequívocas de que la gente lo que quiere es educación, seguridad, y alimentos en lugar de de olimpiadas.
Cuando el gobierno brasileño obtuvo del Comité Olímpico Internacional (COI), la sede para acoger los Juegos Olímpicos, el presupuesto para organizar el evento era de 4 mil millones de dólares.
Hoy se sabe que el presupuesto rebasa los 7 mil millones de dólares, y aún así, muchas obras de infraestructura urbana y limpieza ambiental no fueron concluidas.
Los organizadores de los Juegos Olímpicos de Río 2016, entiéndase gobierno federal y autoridades de COI, cayeron en una espiral de corrupción tan grande y evidente que hizo reventar la paciencia de las multitudes.
El pueblo brasileño recibe estos Juegos Olímpicos en medio de una grave crisis de inseguridad pública, de una amenaza apocalíptica creada por la presencia del mosquito que transmite el zika, y de un gobierno interino que busca castigar a políticos corruptos que se robaron miles de millones de dólares.
La gente está desesperada debido a que sus gobernantes derrocharon recursos en obras inconclusas, y estadios deportivos en lugar de haber destinado ese dinero a construir escuelas, hospitales, y promover fuentes de empleo.
“Por el ambiente social que se respira en el país, los Juegos Olímpicos de Río pueden llegar a ser un verdadero fracaso”, reconoció hace unos días el mismo alcalde de Río de Janeiro, Francisco Dornelles.
Ante este escenario, a los brasileños no les quedó más remedio que salir a la calle para desnudar a aquellos que están saqueando, y destruyendo a su país.
Tiempo atrás, organizar unos Juegos Olímpicos era considerado por los gobernantes un regalo para su pueblo, pero es precisamente el pueblo quien ya no quiere ser parte del sistema maquiavélico que los rige.
El pueblo ya está harto de recibir olimpiadas para aparentar que en el país sede reina la paz, la alegría, la concordia, y la unidad nacional.
El pueblo ya no se conforma con el circo. Hoy lo que quiere es igualdad y justicia social.