Nacionalismo del Fútbol

Comentario:
Por Humberto Caspa, Ph.D.

   De manera general, el torneo mundial de fútbol, incluyendo su etapa de clasificación, estimula el fervor nacional.

   La animosidad que expresa un fanático de las Chivas de Guadalajara con otro del Club América de la Capital mexicana desaparece por completo en el momento en que el Tri hace su aparición en campo de juego.

   Lo mismo sucede con la hinchada de River Plate de Argentina. A Diego Armando Maradona riverplatenses lo deploran cuando se pone la casaca de Boca Juniors, pero lo colocan en un pedestal de oro cada vez que el “pelusa” hace gala de la albiceleste y enarbola jadeante la bandera nacional de su país.

   Viremos nuestros ojos al terreno político en México, donde las fisuras partidistas son tan claras como el agua. Un perredista, priista o un panista se maniata con los hilos del fútbol, y se olvida de las contrariedades políticofilosóficas que puedan existir entre sus partidos durante las eliminatorias del mundial y en el mundial de fútbol.

   ¿Quién sabe?  Yo creo que hasta los capos del narcotráfico de Sinaloa, de Ciudad Juárez, o de Tijuana brindan al unísono y celebran con el mejor tequila, cada vez que el equipo verde sale airoso del campo de juego.

   En las montañas lacandonas y en Chiapas, donde la pobreza es casi su naturaleza viva y la riqueza verde de la selva es como ninguna, los líderes sociales y seguidores del “guevarismo” abundan. En estas tierras los guerrilleros hacen a un lado sus fusiles, se olvidan del llamado a reconstruir sociedades igualitarias, se meten dentro de sus tiendas de campaña y disfrutan del placer del fútbol.

   Después de todo, la energía y el nacionalismo que genera este deporte tiene grandes similitudes con aquel nacionalismo que engendró la Revolución Francesa en Siglo XVIII.

   Un destacado politólogo costarricense nos recuerda que la Revolución Industrial produjo la clase laboral y ubicó a esta gente en la gran ciudad industrial, mientras que la Revolución Francesa convirtió al trabajador en ciudadano y a éste en un agente político. A lo anterior, hay que añadir que el fútbol también proviene de la ciudadanía y el nacionalismo es resultado de ésta.

   Asimismo, el fútbol no tiene fronteras de género. Si anteriormente estaba considerado como un deporte que pertenecía a los hombres, hoy esa creencia se ha convertido en un mito del pasado. Las mujeres disfrutan del gol y se entretienen del encanto de los jugadores metrosexuales.

   Sin embargo, en un periodo político reaccionario, los síntomas de la desunión también se hacen presentes en el mundial del fútbol.

   En Francia, debido a que los jugadores de su selección tienen la resemblanza de una nación africana más que de un país europeo, los grupos ultraconservadores, segregacionalistas fran-ceses y aquellos agitadores que promulgan el arte del odio y de la superioridad Blanca, encuentran en el fútbol como una síntesis de la destrucción de su raza.

   Son excusas perversas y palabras insignificantes de un grupo de gente que no le interesa la unión.

   Al final, el fútbol destruye fronteras, aniquila los hitos del separatismo y el fundamentalismo. El fútbol traspone la frontera del deporte, se incrusta en la política y se transfigura en el nacionalismo de Estado.

Humberto Caspa, Ph.D., es profesor universitario. E-mail: hcletters@yahoo.com

 

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