LA COLUMNA VERTEBRAL
El Soporte Informativo Para Millones de Hispanos
Por Luisa Fernanda Montero
Las coronas de pino, los arbolitos y las luces que alegran los paisajes navideños traen a la memoria aromas y sabores entrañables. La navidad llega una vez más a nuestras vidas y tras ella vendrán las celebraciones de año nuevo, que llaman tanto a la alegría como a la nostalgia —eso depende— y que muchas veces, vienen acompañadas de licor.
La historia del ser humano como ser social, está ligada desde sus principios al consumo de sustancias o bebidas concebidas para incentivar la alegría o escapar del mundo según sea el caso.
Por eso, es difícil señalar la línea divisoria, la línea mágica que nos diga en que momento nuestro amigo el licor se convierte en nuestro peor enemigo.
¿Cuándo somos bebedores sociales y cuando nos convertimos en bebedores problemáticos?
Bebemos, los humanos, para celebrar nuestro nacimiento o el nacimiento de Jesús, bebemos para escapar a la tristeza, bebemos para romper la monotonía, bebemos cuando cerramos un negocio o sellamos un compromiso, bebemos cuando el negocio se dañó y cuando el compromiso se acabó.
Bebemos, y con ello la sociedad está conforme; por eso la responsabilidad de controlar nuestra relación con el vino, es sólo nuestra.
El abuso del alcohol trae mucho más que una resaca y por desgracia, cuando el alcohol ha empezado a dominar nuestras vidas, entramos en una etapa de negación que generalmente descansa en la aprobación del entorno social.
Para muchos, la figura del alcohólico no empata con la del cumplido compañero de trabajo o la figura amable de la empleada del café o el supermercado. La creencia popular es que el alcohólico es un desadaptado total que está muy cerca de parecer un pordiosero y que no encaja en el paisaje cotidiano.
Falso. Cualquiera que esté a nuestro alrededor puede estar empezando a padecer el alcoholismo sin generar la más mínima sospecha en su entorno social.
El que muchos consideren el alcoholismo como una cuestión moral y, por tanto, como un indicador de debilidad más que como una conducta aprendida hace que el enfermo se sienta avergonzado y se niegue a admitir que tiene un problema.
Por eso, muchas personas que sufren la dependencia del alcohol, no van por ahí, pregonándolo. Hace falta un largo proceso de rehabilitación para que el enfermo acepte su condición y empiece a trabajar por superarla.
El alcoholismo, es una enfermedad. El alcohólico depende físicamente del consumo de alcohol y solo él puede decidir cuándo cortar la dependencia. Pero no puede hacerlo solo.
Por eso, en esta época festiva, el llamado es a la reflexión; a hacernos un autoexámen de conciencia para medir nuestra relación con el alcohol y determinar si sigue siendo un amigo ocasional o si está empezando a afectar nuestra vida negativamente.
Si pasamos el examen, antes de seguir la fiesta, detengámonos por un momento y pensemos en nuestros seres queridos, ¿estamos seguros de que el alcohol no les está ganando la batalla?