La Crisis de Refugiados y sus lazos con San Diego

Por Katia López-Hodoyán
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Recuerdo claramente aquel frío intenso…de un momento a otro bajaba la temperatura sin aviso alguno, temblando levantaba los hombros y bajaba la mirada, intentando bloquear el viento; los refugiados ya acostumbrados al clima, sonreían y me ofrecían té. Mientras me acercaban la taza humeante, seguido me preguntaban: “Qué haces aquí?”. Respondía solo con una sonrisa. En realidad, ni yo misma lo sabía, pero tendría  un mes para decifrar mi respuesta.

En Diciembre del 2015, viví con aproximadamente 100 refugiados de Irak, que encontraron asilo humanitario en el país vecino de Jordania, todos eran cristianos perseguidos que huyeron de las amenazas del Estado Islámico. Ahora vivían en la ciudad de Madaba, a unos 30 kilómetros de la capital de Aman, durante ese mes, conviví día y noche con ellos. Comimos juntos, juntos nos reímos y ante todo me compartieron cómo llegaron a ser refugiados. No era lógico el que estuviera yo allí, pero aprovechando un sabático, compré un boleto de avión, queriendo conocer la realidad detrás de aquellas imágenes impactantes de televisión.

Caminando sin rumbo en el campamento, una mujer de aproximadamente 55 años, se me acercó y me preguntó con un inglés limitado: “Ya comiste?”, antes de que pudiera responder, me dijo: “ven, ven”… la seguí a su casa, la cual era un contenedor de carga color blanco. El terreno de la iglesia Griega Ortodoxa de la ciudad donde vivían, se había convertido en un campo de refugiados repleto de estos contenedores.
Hayfaa compartía la unidad con su hija de 20 años, aunque apenas había suficiente lugar para dos camas, lograron instalar una sección para cosas de la cocina, en donde guardaban platos, vasos y sartenes; un rollo de papel de baño colgado en la pared junto a un espejo, vaselina y pintura para las uñas; marcaba el área de belleza.

La mujer se presentó como Hayfaa Toma Matloob, y directamente me dijo: “Necesito aprender inglés, me podrías  enseñar?”. Todos los refugiados en este campamento, hombres, mujeres, niños y ancianos, habían llenado  sus solicitudes para recibir asilo, tenían la esperanza de ser recibidos en Alemania, Australia, Canadá o los Estados Unidos. Hacía ya más de un año, que se habían llenado las solicitudes, a  algunos ya se las  habían negado, otros con suerte, fueron aceptados, pero la mayoría estaban en espera de una respuesta.

A pesar de la barrera del idioma, con la ayuda de la hija de Hayfaa, logramos comunicarnos,  le enseñé palabras básicas en inglés como: autobús, visa, refugiado, fruta, agua, frío, caliente. Después de la lección, me compartió que tenía otras tres hijas, las cuales tras las amenazas de ISIS, habían huído de  Irak, y todas habían terminado en países distintos, eran una de miles de familias separadas, y no se habían visto en años. Una hija estaba con ella en Jordania, la otra en Turquía, la tercera en Alemania y la cuarta en Estados Unidos, en San Diego, California. Le prometí a Hayfaa que cuando regresara a San Diego, me comunicaría con su hija, cumplí esa promesa,  la hija se llama Lydya Mosees.

El 22 de junio del 2013, Lydya se sumó a los más de 60,000 caldeos que viven en el Condado de San Diego, específicamente en la ciudad de El Cajón, pero el  llegar a este punto, estuvo lleno de desafíos, Lydya de 24 años, se casó con su marido en Irak. Un día recibieron una llamada amenazante de ISIS, se tenía que pagar una cuota por ser cristianos y no musulmanes, de ignorar esta orden, serían asesinados.

“Mi esposo y yo dejamos todo en Irak y nos fuimos inmediatamente a Turquía”, dice Lydya en un Inglés con acento árabe. “Nos fuimos tan de prisa, que se me olvidaron mis documentos, Las Naciones Unidas nos entrevistó, para ver si era verídica nuestra situación, vivimos en Turquía un año ocho meses, hasta que nos dieron asilo en San Diego”.

Sus hermanas y su madre eventualmente también salieron de Irak, Lydya dice que, aunque ya está instalada en El Cajón con su esposo e hijos gemelos, ver a sus hermanas o a su madre, “No es una opción, al menos no por ahora”.

“Tengo la llamada green card, o sea que puedo viajar a donde desee”, explica Lydya. “ Sí quiero ver a mis hermanas y a mi mamá, pero todas están en distintos países y no tengo dinero suficiente para viajar.  Estoy empezado aquí en Estados Unidos, y cuando uno no conoce bien el idioma o la ciudad, es complicado, aparte tengo que trabajar para ayudar a pagar las cuentas de la casa”.

Los ataques terroristas en Paris y San Bernardino, han complicado la situación, los legisladores estadounidenses, consternados por cuestiones de seguridad, han detenido el proceso, incluyendo casos de reunificación familiar de refugiados que cuentan con parientes en Estados Unidos.

“Tenemos más de 70,000 cristianos refugiados, conocemos su historial, tienen familiares en Estados Unidos que están dispuestos a recibirlos y hacerse cargo de ellos”, dice Mark Arabo, director de una fundación local llamada Minority Humanitarian Foundation. “El problema es que los legisladores siguen poniendo freno”.
El problema no es nuevo, pero está lejos de ser solucionado, con el alto número de familias refugiadas, la fundación ha facilitado, el que familias hagan el trayecto de Irak a San Diego. Cuando se enfrentaron con trabas legales, le pidieron ayuda a otros países.

“Hemos ayudado a centenares de familias de Irak y Siria”, comentó Arabo.  Aunque algunos sí logran llegar a Estados Unidos, otros optaron por llegar a México o Alemania, e instalarse allí. Nuestra fundación le pidió ayuda a estos países no porque quisiera hacerlo, sino porque era nuestra última opción para ayudar a los refugiados.

Ante esta crisis humanitaria, han surgido críticas sobre la gestión de la situación, críticos se preguntan por qué? países ricos del medio oriente, no se han ofrecido abiertamente para recibir a refugiados. También existe la duda sobre si los refugiados, podrán adaptarse a la cultura y el estilo de vida de países occidentales.
Pero mientras se analizan estas cuestiones, la crisis humanitaria sigue, hogares se convierten en escombros, familias se separan y la vida de miles se destruye.

Es una realidad que los refugiados conocen de primera mano, sobre todo quienes viven en campos de refugiados. Sentada en su cama con su plato de arróz,  Hayfaa, la madre de cuatro hijas, me enseña fotografías de la vida que llevaba en Irak, fotos de su familia, fiestas, cenas y de vestidos elegantes.
“Vivir en Jordania está bien, no es lo ideal, pero obviamente es mejor que ser asesinada en Irak”, dice con los ojos tristes.

Se detiene y baja la mirada, “Esta reacción  me dice que es el momento de dejar de hacer preguntas”, está intentado no llorar y no es mi intención provocar el llanto. Me pide: “Por favor, ve a ver a mi hija cuando regreses a San Diego”, en ese momento entendí, el por qué?…estaba en ese campo de refugiados… sencillamente para ver, apoyar y escuchar a los refugiados.

Cuando le digo a Lydya en San Diego, que su mamá y su hermana la extrañan mucho, me dice:
“Yo también las extraño, pero es difícil, hablamos por teléfono de vez en cuando, pero no es lo mismo. La guerra ha cambiado todo…”.

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