Un recorrido por los años mozos del fútbol mexicano, me llevó a conocer la historia de cómo y dónde surgieron los dos cánticos de guerra más populares dentro de este deporte.
En la década de los 50’s nace en la Universidad Nacional Autónoma de México, el grito de apoyo que se entona única y exclusivamente, por aquellos que apoyan al equipo de los Pumas.
“¡Goooya… ¡Goooya…Universidad!”, es la clásica porra que los seguidores del club felino lanzan en las gradas del Estadio Olímpico, para animar a sus jugadores.
La historia de cómo surgió el “Goooya…Goooya” es por demás curiosa.
Resulta que muy cerca del campus de la UNAM, existía una sala cinematográfica que se llamaba Cine Goya.
Los estudiantes de aquella época, cuando no querían entrar a clases para irse de pinta, comenzaban a gritar “Goooya… Goooya”, para invitar a otros compañeros a cambiar las aulas por una película en el cine.
Mucho antes de que existiera el “Goooya… Goooya”, apareció el cántico que en todo el mundo identifica la presencia de aficionados mexicanos.
En 1920, durante un encuentro de fútbol colegial en la cancha de la UNAM, se desató el “chiquitibum”, porra que todavía me tocó conocer, sentir y vibrar cuando de niño iba a los estadios.
No importaba que fuera a ver un partido de la Selección Mexicana, del América o del Guadalajara, el “chiquitibum” era la palabra mágica que aglutinaba todos los colores, todos los escudos, todas las pasiones.
Las cosas comenzaron a cambiar hace 20 años cuando el Club Pachuca, a través de su presidente deportivo, el argentino André Fasi, importó a México el modelo de las barras sudamericanas.
En Sudamérica, las barras son sinónimo de violencia, de caos, de insurrección, de irresponsabilidad y hasta de muerte.
El inocente “chiquitibum a la bim bom ba, chiquitibum a la bim bom ba, a la bio, a la bao, a la bim bom ba, México México, ra ra ra”, fue reemplazado por estrofas que recrean los cánticos que los jóvenes de las sociedades sudamericanas gustan entonar, para manifestarse en contra de sus respectivos regímenes políticos.
Las barras nada tienen que ver con la idiosincrasia de esos mexicanos, a los que se les ha pedido imitar en las gradas de los estadios el comportamiento de los fanáticos sudamericanos.
Lo que pasó hace un par de semanas en el estadio de Santos , cuando miembros de una barra de Tigres golpearon sin misericordia a niños, mujeres y hombres que estaban ahí para apoyar al equipo de Torreón, es el fatal resultado de un experimento que combinó la explosividad sudamericana, con la irracionalidad mexicana.
Es cierto que existen barras, como las de los Xolos de Tijuana, que apoyan de una manera limpia, inocente y transparente a su equipo, pero también es cierto que a esos grupos de apoyo se pueden infiltrar personas que buscan crear desestabilidad social.
En Argentina, por ejemplo, las barras se han convertido en grupos de extorsión y nido de delincuentes.
La discusión de si en México deben de desaparecer las barras estilo sudamericanas, tiene que extenderse más allá del tema del fútbol.
Las barras, si no son controladas, si no son supervisadas, si no son regidas por la legalidad que impone la autoridad, se convertirán en un foco más de esa violencia que se ha apoderado y tiene sufriendo a la sociedad mexicana.