La Prensa San Diego Visita Chichén Itzá

Por Katia Lopez Hodoyan 

Cerrar los ojos e imaginar cómo era la vida en Chichen Itzá hace más de 1,000 años, sólo se puede lograr cuando uno se desconecta de sus alrededores. Intenté hacer precisamente ésto mientras visitaba las ruinas mayas en la península de Yucatán. El calor intenso noDSCN1613
ayudaba, tampoco el murmullo de turistas con el ruido de sus cámaras fotográficas. Aún así, lo intenté, reconociendo que es un privilegio el poder apreciar una de las siete maravillas del mundo moderno. Si éste sitio era conocido como el centro de lo mágico, social, y religioso, sentía la responsabilidad de al menos intentar visualizar cómo era la vida en esa época.

Me imaginé las conversaciones que tenían los mayas mientras caminaban por su ciudad. Caminaban con armas? Qué tipo de ropa usaban a diario? Y más importante aún, cómo aguantaban caminar tan largas distancias bajo un calor arrollador?

Siempre es un desafío el entender una civilización antigua a través de ruinas dañadas y tesoros enterrados. Afortunadamente, muchas de las joyas culturales que dejaron los mayas, están expuestas dentro de su misma arquitectura.

Cuando dejé a un lado mi intento de viajar mentalmente a otra era, escuché cómo un grupo de turistas aplaudía frente a la pirámide principal, conocida como el Templo de Kukulkán o El Castillo. Cuando se fueron, caminé hacia el centro y comencé a aplaudir. Fué entonces que entendí lo avanzado que estaban los mayas. Aparentemente, en aquella época también habían ingenieros de sonido. Bajo este contexto, su responsabilidad era conectar el sonido humano con lo divino, el mundo mortal con lo intangible. El sonido del aplauso viaja hacia la cima del templo y segundos después, se escucha el eco del aplauso transmitido como si fuera el canto del quetzal, el pájaro sagrado de los mayas. Pero éste sonido ‘divino’ no era para todos. Sólo quienes están justo enfrente del templo logran escucharlo. No es coincidencia, sino un diseño fríamente calculado.

Dado que autoridades religiosas y civiles se colocaban frente al centro del templo, sólo ellos podían tener el privilegio de escuchar una respuesta del “más allá”. Quienes se paraban en los alrededores, no lograban escuchar el eco, ya que probablemente su estatus social no les permitía el privilegio de escuchar a los dioses.

Igual de impresionante, es el conocimiento que tenían los mayas de la astronomía. El templo principal tiene 365 escalones, representando cada día del año. Cada uno de los cuatro ángulos tiene 91 escalones, y la base principal de arriba también simboliza un día. Dos veces al año, durante el equinoccio de la primavera y el otoño, la sombra cae bajo un lado de la pirámide, reflejando la silueta de una serpiente que aparenta moverse siguiendo el movimiento del sol. Incluso, conocían tan bien la astronomía, que los mayas podían predecir eclipses solares.

Aunque Hollywood siempre será Hollywood, la película “Apocalypto” del 2006 tiene varias semejanzas que se acoplan a la realidad de Chichen Itzá. Mientras caminaba bajo el calor hipnotizante, me decía a mi misma: “Nunca hubiera sobrevivido una guerra aquí, yo sería la primera en morir”.

Aparte de ésto, están los sacrificios humanos que se ofrecían a los dioses. Los mayas estaban convencidos que no había regalo más sagrado que la vida misma. Mientras me estremecía la cruda violencia de estos sacrificios, me preguntaba a mi misma sobre el valor que cada civilización le da a la vida, la muerte, y a la cultura.

También surge otra duda dentro de mí: Cómo es que se conecta esta cultura antigua al México de hoy? Los mayas no veían la muerte como el final, y hasta cierto punto, tampoco los mexicanos de hoy. Existe la noción de que la muerte no ríe al último, ni tiene la última palabra. En la cultura maya, la muerte es otra fase de la vida, pero no necesariamente es equivalente a la oscuridad. Los mayas creían que la muerte era solo un encuentro con la vida del más allá. Parece que la esencia de esta tradición se refleja de cierta manera en el Dia de los Muertos.

Chichen Itza, literalmente quiere decir “a la boca del pozo del pueblo de Itza” y cada año atrae a aproximadamente a millón y medio de turistas. Algunos de ellos se apuntan a nadar en los cenotes que se encuentIMG_3221 (1)ran en los alrededores.

Hay que aclarar que la mayoría de los visitantes no empiezan en las ruinas de Chichen Itza; la mayoría empieza disfrutando de las aguas transparentes de Cancún, que se encuentra como a dos horas y media de distancia. Alli vemos una fila interminable de hoteles que colindan con la carretera principal.

A lo largo de las playas populares de Cancún, los turistas se topan a cada paso con kioskos de todo tipo que ofrecen tours marítimos, tours de deportes acuáticos y viajes a pueblos cercanos. Y mientras muchos de ellos valen la pena, generalmente se encuentran en las afueras de Cancún, no precisamente dentro de la ciudad. Con la nueva ventaja que el dólar tiene contra el peso, no falta mucho para que un mayor número de americanos acudan a este paraíso mexicano.

Cancún es más que un lugar donde llegar para disfrutar del mar, disfrutando de una bebida tropical hora tras hora, bajo la sombra. Si se hace correctamente, se puede combinar la naturaleza relajante del mar, la emoción de deportes acuáticos y la historia de una gran civilización antigua. Una vacación en su totalidad, bajo un mismo sol y un mismo mar.

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