La verdad del DREAM Act

Comentario:
Por Humberto Caspa, Ph.D.

   Alrededor de unos dos años atrás, en una reunión de dirigentes comunitarios y políticos en la ciudad de Costa Mesa –el senador Lou Correa se encontraba entre nosotros—, una muchacha de un high school de Santa Ana levantó su mano, se puso de pie y nos dirigió la palabra con un inglés muy depurado.

   “Estoy a punto de graduarme del high school y no se realmente que hacer. Quiero ir a la universidad, pero me da miedo que el título que obtenga allí no me sirva para nada debido a que soy indocumentada. Señores tienen que ayudarnos”.

   Fue uno de los momentos más difíciles que he tenido que confrontar a lo largo de mi estadía en este país. Frente a mi estaba una muchacha prodigiosa, aplicada en la escuela, con calificaciones académicas muy altas, con una perspectiva de vida a sus pies que, sin embargo, estaba frustrada debido a su condición migratoria. La falta de seguridad legal la hacía cuestionar su propio futuro y su capacidad académica.

   Desde esa vez, nunca volví a ver a esta muchacha. Seguramente muchas personas jóvenes como ella estaban esperando con mucha ansiedad los resultados del Senado.

   Esta semana se debatió el DREAM Act, o el proyecto de ley que facilitaría a muchas personas como ella la tan ansiada residencia legal. Eventualmente la decisión del Congreso y la firma del Presidente permitirían la ciudadanía de todas personas.

   Lamentablemente la batalla se perdió, aunque la guerra todavía persiste. El Senado no aprobó el DREAM Act. El voto final fue de 56 que no estuvieron de acuerdo contra 43.

   Los senadores conservadores del Partido Republicano se opusieron por razones abstractas y sin fundamento. A ellos se unieron dos demócratas que no supieron mantener su línea ideológica y el humanismo que caracteriza a este partido político.

   Para aquellos que apoyamos la aprobación del DREAM Act resulta claro por qué el gobierno tiene que otorgar residencia legal a los estudiantes indocumentados. Muchos de ellos llegaron a este país a una edad infantil, incluso cuando estaban en pañales y estaban siendo amamantados por sus madres. Nunca supieron las implicaciones del pasar de un país al otro.

   Como cualquier persona que nace en los Estados Unidos, crecieron en un ambiente propio de este país. Sus ídolos son los Jonas Brothers, Miles Cyrus, Selena Gómez o Lady Gaga. Hablan el inglés mejor que el español. Les gusta ir a los centros comerciales. Muchas de ellas aspiran tener una bolsa de Lois Voitton y a los muchachos les gustaría vestir unos zapatos deportivos de Nike. A la mayoría les gusta distraerse en los megacines o les encanta quedarse en casa y ver los partidos de futbol americano.

   En otras palabras, esta generación, que por causas familiares y del destino nacieron en algún país latinoamericano, es culturalmente de aquí y no de allá. Desde su llegada a los Estados Unidos, nunca volvieron a su país de origen. No se acuerdan de su infancia ni tienen una memoria viva de lo que ocurría en su tierra natal. No saben, tal vez ni siquiera les interesa saber, los problemas internos que se desarrollan dentro de sus lugares de origen.

   El DREAM Act no se aprobó, pero estoy seguro que hoy más que nunca los ánimos de aquellos muchachos que sueñan por la regularización de sus papeles está, paradójicamente, más cerca que antes.

   A ellos ya no les da miedo mostrar la cara. Se muestran radiantes a través de los medios de comunicación, no se cohíben y quieren hacer respetar sus derechos. El DREAM Act es su vida. No cederán hasta que esa meta se haga realidad.

Humberto Caspa, Ph.D., es investigador de Ecomonics On The Move. E-mail: hcletters@yahoo.com

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