Madre Hondureña y su Hijo con Síndrome de Down Encuentran Paz en San Diego

<p><img loading="lazy" src="http://laprensa-sandiego.org/wp-content/uploads/2018/12/DSC02864-169x30…; alt="" width="169" height="300" class="alignright size-medium wp-image-49079" srcset="https://dev-laprensa.pantheonsite.io/wp-content/uploads/2018/12/DSC0286… 169w, https://dev-laprensa.pantheonsite.io/wp-content/uploads/2018/12/DSC0286… 576w" sizes="(max-width: 169px) 100vw, 169px"></p>
<p>Doña María Luisa Cáceres, Mary, lloraba y abrazaba a su hijo con convulsiones, sentados en una banqueta en Otay. </p>
<p>Javi, su hijo adolescente con síndrome de Down, temblaba mucho, se había desmayado hacía un momento; llevaban más de 24 horas sin comer, habían pasado cuatro días en el centro de detenciones de Otay y esa noche unos agentes les dijeron que subieran en unos vehículos en los que ya se encontraban otras familias.</p>
<p>Mary dice que sorpresivamente los agentes detuvieron los vehículos tipo van, abrieron las puertas y dijeron a las familias que caminaran en cierta dirección. Pasó todavía un rato para que Mary comprendiera que estaban por fin en una calle de Estados Unidos.</p>
<p>Una tras otra, las familias con las que salieron Mary y Javi se marcharon. Los liberados llamaban por teléfono, llegaban personas a recogerlas y se iban. A Mary le dijeron al menos dónde encontrar un teléfono público para obtener asistencia en español.</p>
<p>“Hola”, le dijo Mary al papá de Javi, quien contestó desde Denver, Colorado, “ya nos soltaron de migración, pero tienes que venir a recogernos”.</p>
<p>“No, yo no voy a poner en riesgo a mi familia actual por ir a recorte a ti y a tu hijo. Andá verás qué haces”, le contestó su expareja.</p>
<p>Era el mismo padre que había abandonado a Mary cuando Javi tenía dos días de nacido, solo que esta vez la situación de la madre hondureña y su hijo era realmente crítica.</p>
<p>Estaban solos Javi y ella, sin conocer a nadie, sin dinero, en una banqueta sin tener idea de dónde quedan Otay o Denver, en la madrugada cuando las escasas personas que pasaban solo hablaban inglés, en calles desconocidas, con frío, sueño y hambre, y con Javi que empeoraba.</p>
<p>Dice Mary que un señor taxista que se acercó, sin decir nada se quitó la chamarra y cubrió a Javi, que estaba por perder de nuevo el conocimiento. Ese taxista debió haber notado que Mary tenía un grillete electrónico porque algunos de los escasos peatones comenzaban a acercarse con curiosidad. Hacía horas que habían salido del centro de detenciones.</p>
<p>Mary recuerda que entre esos curiosos escuchó a una joven embarazada decir algo en español, y le pidió ayuda. </p>
<p>“A ver, madre, cómo le ayudo”, le preguntó la joven embarazada, al tratar de consolar a Mary que no dejaba de llorar. </p>
<p>Aparte de los datos del padre de Javi, el único número telefónico de alguien conocido que Mary llevaba consigo, de casualidad, era de otra joven, de una organización de apoyo a migrantes en la ciudad de México. Pero la hora de madrugada, fue a la quinta llamada que la joven desde la capital mexicana respondió.</p>
<p>“Pero qué barbaridad”, dijo la joven desde México. Pidió en la misma llamada a la joven embarazada que por favor les apoyara mientras encontraba ayuda en Estados Unidos. La joven en Otay no solo aceptó acompañar a Mary y Javi, sino que empleó algo de sus estampillas de comida para darles algo de comer.</p>
<p>De la Ciudad de México llamaron a Nueva York y de Nueva York a San Diego y por fin alguien llegó a recoger a madre e hijo hondureños.</p>
<p>En una casa donde les han dado alojamiento, Mary dice que les era imposible vivir en Honduras y por eso cuando ella se enteró de que una caravana saldría de San Pedro Sula con intención de llegar a Estados Unidos no lo pensó dos veces.</p>
<p>Javi creció en un ambiente hostil, entre niños y adultos crueles que lo discriminaban y acosaban por tener síndrome de Down. Era un maltrato que parecía no tener fin. Javi a veces no se da cuenta, pero llega a sufrir. Es muy cariñoso, por lo general abraza en vez de simplemente saludar y regala sonrisas hasta por el menor motivo.</p>
<p>Su padecimiento se tornó dificultad para recorrer las 4,500 millas hasta Tijuana, Javi enfermaba, se desmayaba, recaía. Mary, de tanto cuidarlo también enfermó, de las vías respiratorias. La habían atendido y le dieron antibióticos en la Ciudad de México, medicinas que se habían acabado hacía semanas cuando la dejaron en Otay.</p>
<p>Al final del mes tiene una audiencia y de acuerdo con sus abogados lo más probable es que la dejen quedarse para que Javi, y ella por ser la madre, ya no sufran más discriminación.</p>
<p>Y ahora parece que las sorpresas no paran. Alguien en redes sociales se enteró de que a Javi le gustan los carros y en anonimato le mandó a San Diego el primer regalo que el adolescente hondureño ha recibido en su vida, un auto de control remoto, con el que juega sin descansar.</p>
<p>De acuerdo con organizaciones no lucrativas de San Diego, desde principios de noviembre van unas 500 familias, en su mayoría centroamericanas que la Oficina de Inmigración y control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) ha dejado en la calle al dejarlas salir en libertad condicional.</p>
<p>Grupos de apoyo a migrantes de San Diego se coordinan ahora con departamentos de policía para que los agentes del orden les avisen si encuentran familias como la de Mary y Javi, dejadas a su suerte.</p>

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Manuel Ocaño