Comentario:
Por Humberto Caspa, Ph.D.
¿Si tuvieras la oportunidad de conocer a alguien en el mundo, quién sería esa persona? Fue una pregunta propiciada por una persona en una reunión informal de amigos celebrada hace unos dos años atrás. La respuesta fue espontanea e inequívoca. “Nelson Mandela”, dije.
Todos los líderes y artistas mundiales mencionados en aquella reunión informal son importantes y han aportado, de acuerdo a sus posibilidades y talentos particulares, su granito de arena en la mejora de la vida humana.
Sin embargo, en cuestión de cambios sociales, políticos y económicos, Mandela fue un verdadero profanador de lo imposible y del racismo individual-institucional-estructural de su país. Estuvo más de 27 años en la cárcel por oponerse a las políticas de segregación racial del gobierno Apartheid de Sudáfrica.
Hoy Mandela es un verdadero ejemplo a todos esos presidentes y figuras políticas que sienten que son los salvadores y mesías de sus países.
Mandela duró solamente un periodo presi-dencial (1994-1995). Durante su estadía en la presidencia de su país, pudo— como normalmente hacen algunos presidentes latinoamericanos— cambiar la constitución de su país y permitirse no solamente dos mandatos sino tres o cuatro mandatos presidenciales a través de procesos electorales.
No sucedió así. Mandela entendió desde el primer momento que pisó la presidencia de Sudáfrica que él, como persona, no es la salvación de los problemas de vivienda, pobreza, desplazamiento, entre otros, de las poblaciones negras de su país, sino que son las instituciones y los procesos políticos y económicos los que finalmente cambian el estado social de las personas.
Mandela tuvo que batallar contra su propia gente [negra] en contra de políticas que propiciaran la desmembración de su país; en una Sudáfrica de blancos y otra de negros. Eligió el camino medio, aquel que permitió una nación sincronizada por las dos etnicidades.
Terminó su periodo presidencial y permitió que otros líderes negros prosperaran y energizaran las instituciones políticas de Sudáfrica.
Mandela nunca tuvo miedo de expresar su punto de vista en torno a las políticas mundiales. A pocas semanas de ser liberado, vino a los Estados Unidos (1990) y se presentó ante el Congreso norteamericano, en donde representantes conservadores le incriminaron abiertamente por ser amigo de Fidel Castro y tomar parte del partido comunista de su país. En forma muy concreta y relajada les contesto: “…tus enemigos no son necesariamente mis enemigos…”.
Mandela es un digno ejemplo para todos nosotros, especialmente para los líderes latinoamericanos que persisten en la creencia del mesianismo.