Mentalidad De Filipino

México del Norte
Por Jorge Mújica Murias

    “El problema no es que sea indocumentado”, dice Mark Krikorian, jefazo de esa organización anti inmigración llamada Centro de Estudios de Inmigración. Es que es un inmigrante ilegal y tenía documentos falsos”. De remate, agrega Krikorian: “Vino a estados Unidos de niño, pero vino con una identidad de ya formada como filipino. En otras palabras, tenía 12 años”.

    La palabrería, por supuesto, se refiere al caso de José Antonio Vargas, periodista que hace unas semanas siguió el ejemplo de muchos otros jóvenes indocumentados y se declaró abiertamente sin papeles. Su familia lo mandó para acá a los 12 años, creció en Mountain View, California, y se enteró de que era indocumentado cuando le llegó la edad y la pasión de manejar un coche. Sus papeles chuecos rebotaron.

    Trabajó en el San Francisco Chronicle, se graduó de la Universidad Estatal de San Francisco con licenciaturas en Ciencias Políticas y “Black Studies”, chambeó después en el Philadelphia Daily News y el Washington Post lo reclutó al graduarse, en 2004.

    Sus reportajes sobre el SIDA en Washington los convirtieron en un documental llamado “The Other City”, y su cobertura de la balacera en la Secundaria Virginia Tech le hicieron ganador del premio Pulitzer, algo así como el Oscar del periodismo. El Washington Post lo nombró reportero político para cubrir la campaña de Barack Obama porque “veía YouTube todos los días y estaba en Facebook”.

    Dice Krikorian que no hay que darle la residencia porque “solamente se debe legalizar a jóvenes cuyas identidades se hayan formado aquí, que no tengan memoria de otros países, que realmente sean americanos en todo menos los papeles”. Y sigue: “Este hombre tiene habilidades y capacidades reales. Debía irse al país de donde es ciudadano, al país donde vivió la mayoría de su infancia”.

¡Jálele, Señor!

    “Pull it, Sir”, es como le dicen a los gringos que se pronuncia Pulitzer, una familia judía emigrante de Hungría en el Siglo XVIII. Joseph estudió francés y alemán, y después de fracasar como soldado en varios ejércitos europeos emigró a Estados Unidos en 1864.

    Se enlistó en la caballería, en un regimiento en la Guerra Civil donde solamente se hablaba francés, alemán y húngaro, así que no aprendió inglés. Después de la guerra vendió un pañuelo de seda en 75 centavos y con eso viajó a San Louis, Missouri, donde se hablaba tanto alemán como en Berlín. Trabajó de mesero y se puso a estudiar inglés en la biblioteca pública, y se enlistó para trabajar en una plantación de azúcar en Louisiana. Escribió un relato sobre su aventura y se la publicaron en el periódico Westliche Post y después lo contrataron como reportero. Estudió leyes pero no pudo ejercer por su terrible acento en inglés.

    Se candidateó para diputado local en 1969 y ganó, y después ganó la elección como Congresista pero renunció para dedicarse al periodismo. Para 1872 ya había comprado dos periódicos y fundó otro, el The New York World, que tuvo la mayor circulación en el país en 1895. En 1892 le ofreció fondos a la Universidad e Columbia para fundar la primera escuela de periodismo.

    Murió en Carolina del Norte, en 1911, y sus últimas palabras fueron “Leise, ganz leise” (tranquilo, muy tranquilo), pronunciadas en su alemán natal.

    Y para mí ahí está la cosa.

    ¿Si un chamaco vino de Hungría a Estados Unidos y se convirtió en el gran potentado del periodismo y se estableció el premio nacional del periodismo en su honor, ¿por qué otro chamaco que se ganó el premio no puede quedarse? ¿Porque tiene “mentalidad de filipino”?

    Joseph Pulitzer ha de estar revolviéndose en la tumba con las imbéciles consideraciones de Krikorian, y ha de estar maldiciéndolo… ¡en alemán!

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