Un Abrazo a Nuestras Hijas

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<p>Hace un par de noches invité a mi hija a cenar porque sentí la necesidad de expresarle mis miedos.</p>
<p>A sus 18 años de edad, ella es un chica que perfectamente distingue lo malo y lo bueno, lo que está bien y lo que está mal, lo que no se debe de hacer y lo que sí está permitido.</p>
<p>Mi temor no es que su libre albedrío la lleve a cometer errores, al fin y al cabo, quién de nosotros no ha cometido uno.</p>
<p>Mi miedo es que a su corta edad todavía no alcance a comprender la bajeza a la que pude llegar un ser humano.</p>
<p>Hombres disfrazados de lobos a los que sus más bajos instintos animales los llevan a cometer actos de lesa humanidad.</p>
<p>Monstruos vestidos con saco y corbata de apariencia respetable pero que en realidad son las escorias de la vida.</p>
<p>Al ver, escuchar y leer los recuentos de las más de 100 gimnastas de Estados Unidos que fueron acosadas y ultrajadas por el doctor Larry Nassar, mi alma me pidió buscar a mi hija, y eso fue lo que hice.</p>
<p>Dentro del restaurante donde la invité a cenar, con una taza de café en la mano y mirándola directamente a su bello y tierno rostro, le abrí mi corazón.</p>
<p>“Tú siempre puedes contar conmigo para contarme tus cosas, para pedirme un consejo, para apoyarte en lo que necesites”, le comenté.</p>
<p>Con los ojos llorosos y la voz entrecortada por lo frágil que me sentía en ese momento, le dije a mi hija que no quería que nada malo le sucediera y le pedí que tenga la valentía de apartar de su vida a aquellos que quisieran hacerle daño.</p>
<p>Le aconsejé que no se fiara de nadie, que no cayera en trampas seductoras, que nunca dijera sí cuando en realidad quería decir no. </p>
<p>Le advertí que tiene que ser fuerte, que debe aprender a cuidarse sola porque yo no estoy con ella todo el tiempo y porque algún día partiré para siempre.</p>
<p>Le dije que el mundo es bello, pero que dentro del paraíso también existen arpías, dragones de fuego, criaturas insanas.</p>
<p>Los emotivos relatos de las gimnastas en la corte donde se juzgó a Nassar son en realidad los gritos desgarradores de jóvenes desesperadas que por mucho años nadie quiso escuchar.</p>
<p>Las lágrimas, el llanto y la tristeza que embargaban los rostros de las víctimas debe de reflejarse en todos nosotros como si tratara del sufrimiento de nuestras propias hijas.</p>
<p>Como padres, tenemos la obligación de siempre escuchar a nuestras hijas, de siempre creerles, de siempre estar con ellas para darles un abrazo cuando más lo necesitan.</p>
<p>Las acciones de Nassar constituyen el abuso sexual más grande en la historia del deporte en los Estados Unidos.</p>
<p>Es nuestra obligación evitar que algo así no vuelva a suceder.</p>

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Leon Bravo