Por León Bravo
Es común que cuando una persona se entera que me dedico a al periodismo deportivo su reacción sea: ¡Qué padre, te pagan por ir a ver los juegos!
Desde un punto de vista limitado, y sin conocer los detalles, presiones y sinsabores que conlleva el ser reportero, es válido pensar que mi trabajo consiste en ir a presenciar eventos por los que el resto de la gente tiene que pagar elevadas cantidades de dinero.
“No pagas por entrar al estadio y además ves el juego, ya quisiera yo ese trabajo”, es otra de las típicas frases, que escucho de parte de allegados que son grandes aficionados al deporte.
No me molesta que la gente crea que mi trabajo es sencillo, que cualquiera lo puede hacer, o que escribir una crónica de un partido de fútbol o béisbol es tan fácil como ponerle gasolina a un auto.
Entiendo que la gente relacione el asistir a un estadio con emociones de diversión y esparcimiento. Pero la realidad, para nosotros los periodistas deportivos es muy diferente.
La semana pasada un medio de comunicación me asignó la cobertura del partido de la Copa América Centenario entre las selecciones de México y Jamaica en el Rose Bowl de Pasadena.
Antes de subir a mi automóvil para dirigirme al estadio, un amigo me preguntó a dónde iba.
“Al juego de México”, le respondí.
“Qué suerte tienes… te pagan por ir al estadio”, dijo mi amigo.
Por primera vez desde que escucho este tipo de comentarios, sentí la necesidad de defender mi trabajo.
“A mi no me pagan por ir al estadio”, contesté, para después hacerle una proposición a mi amigo.
“¿Te gustaría ir al estadio a ver el juego en el palco de prensa sin que tengas que pagar por tu boleto de entrada?”, yo le pregunté.
“¡Cláro que sí!”, me respondió sin pensarlo dos veces.
“Bien, el día de hoy te dejaré ser la persona que vaya al estadio. Pero, tendrás que cumplir con el trabajo que yo hago”, le dije.
“¿Y qué es lo que haces en el estadio… nada más ver el juego no?”, respondió de manera inocente mi amigo.
Fue entonces que aproveché el momento para explicarle las exigencias de la asignación.
“Tienes que llegar al estadio cuatros horas antes del juego. Una vez ahí, tienes que hablar con aficionados de los dos equipos y subir al palco de prensa para que envíes al editor una nota de color”.
“¿Qué es eso de un nota de color?”, inquirió.
“En una nota de color describes el ambiente que rodea al juego y armar la historia alrededor de lo que te compartió la afición que entrevistaste. Tienes media hora para escribir la nota de 400 caracteres, sin faltas de ortografía, y tu texto debe ser lo suficientemente bueno para cautivar al lector”, le expliqué.
“Después te preparas para la crónica del partido. El juego empieza a las siete de la noche y termina a las 8:50, el editor está esperando la nota a las nueve de la noche, o sea tienes 10 minutos después de terminado el partido para enviar la crónica al periódico.
El relato tiene que ser de 600 caracteres, sin faltas de ortografía, párrafos coherentes que no excedan los 40 caracteres cada uno. Y algo muy importante, estar completamente seguro que identificaste correctamente a los anotadores de los goles y contar con detalle cómo se desarrolló la jugada de cada anotación”, le dije.
“Imposible, no puedo hacer todos eso en 10 minutos. Ni en 20. Ni nunca”, contestó mi amigo.
“Ves, te dije que a mí no pagan por ir al estadio. ¿Ahora entiendes, verdad?”.