En Guatemala Hace Mucho…

México del Norte
Por Jorge Mújica Murias

Hace un millón de años, por allá por los años 1940 a 1950, cuando Estados Unidos era dueño total de Guatemala (ahora solamente es dueño del 90 por ciento o algo así), se le ocurrió a los gringos usar a los nacionales como conejillos de indias.

Eran los tiempos de finales de la Segunda Guerra Mundial, y el espíritu del doctor Nazi Joseph Mengele rondaba la tierra. Mengele usó a los prisioneros judíos y gitanos de los campos de concentración para experimentos de qué tanto se podía congelar un cuerpo, hizo autopsias en personas vivas.

Los gringos, quienes insisten en que ganaron la guerra aunque fue el ejército Soviético el que entró a Berlín y descubrió el calcinado cadáver de Adolfo Hitler, también le hicieron a la Mengele.

Durante casi una década, infectaron a propósito a cientos de personas con enfermedades venéreas, para probar el efecto de las vacunas de penicilina. Muchas prostitutas fueron infectadas y después “mercadeadas” para que infectaran a sus clientes; otros fueron inoculados con sífilis directamente en la espina dorsal o las membranas mucosas; una emulsión con sífilis o gonorrea le fué untada a otros más bajo la piel que recubre el pene, después de hacerles pequeños raspados. En particular, a una mujer de un hospital psiquiátrico la inyectaron con sífilis y cuando enfermó le complicaron la enfermedad inyectándole pus de un paciente previamente infectado con gonorrea. La mayoría eran huérfanos, presos y pacientes con problemas mentales. Y niños.

La historia se descubrió en el 2010, y la entonces Secretaria de Estado Hillary Clinton se disculpó a nombre del gobierno diciendo que, efectivamente, “el estudio había violado las normas de la ética”. De las violaciones a los derechos humanos ni se acordó.

Pero Marta Orellana se acuerda. Tenía nueve años cuando la infectaron, y las investigaciones señalan como posibles responsables a la Fundación Rockefeller, la farmacéutica Bristol-Myers Squibb, y a la prestigiosa Escuela de Medicina Johns Hopkins.

Y todos están demandados por mil millones de dólares por daños y compensación, por 774 víctimas y sus familiares. Las tres instituciones, por supuesto, niegan los alegatos. Una demanda previa contra el gobierno gringo no funcionó porque el juez dijo que “no puede ser responsable de hechos ocurridos fuera del país”.

Y Aquí Hace Un Mes…

Ahora figúrese esto: 200 madres son levantadas a las cuatro de la mañana y se les ordena llevar a sus hijos a la clínica de la cárcel. Legalmente es el “Centro de Detención Familiar” de la Migra en Dilley, Texas, pero con todo y nombre bonito no es más que una cárcel para niños y adultos. En la clínica no caben, así que los llevan a la capilla.

Las madres apapachan a los niños, que lloran y gritan en pánico cuando hombres en “uniformes médicos y del ejército”, dicen los relatos, llegan y los preparan para inyectarlos con algo. “Algo”, porque nadie sabía exactamente qué. Alguien explicó, en inglés, que eran vacunas. Las madres protestaron, diciendo que sus niños ya habían sido vacunados unas semanas antes.

Las protestas verbales no funcionaron, ni tampoco que las madres se pusieran entre los “médicos” y sus hijos. Las hicieron a un lado, y unos 250 niños recibieron hasta 5 inyecciones, en brazos y piernas.

Días después varios tenían parálisis, vómitos y se quejaban de que no podían comer. Los responsables de la cárcel, la empres privada Corrections Corporation of América, que la administra y alegremente cobra 300 dólares por día por cada preso, respondió que eran reacciones naturales y que “tomaran más agua”.

Al enterarse los abogados de las cerca de 2 mil 600 madres y sus hijos encarcelados en Texas, y al enterarse el público, el gobierno finalmente abre la boca. Fueron vacunas de Hepatitis A, Hepatitis B, HiB, DTaP y PCV13 (que ni los niños ni las madres ni yo sabemos hasta la fecha en qué consisten), explica un vocero de la Migra, latino, Richard Rocha. Según los Centros de Control de Enfermedades, ninguna está directamente conectada con los síntomas de los niños. Después aparece la historia de que la vacuna de Hepatitis A era para adultos, porque la vacuna para niños solamente se recomienda entre los 6 y los 23 meses de edad.

Parece que no habrá efectos permanentes de salud, físicos, por lo menos. Pero los efectos sicológicos en las madres y los niños, encarcelados en Texas pese a una orden de liberación de un juez la semana pasada y que el gobierno de Barack Obama se niega a cumplir, durarán años. Es el costo de pedir asilo al gobierno que apoya a los gobiernos de Honduras y Guatemala especialmente, cuyas políticas los hicieron huir a Estados Unidos.

Huyeron de la violencia para encontrar más; para encontrar a Mengele en Texas.

Jorge Mújica Murias jmujicam@gmamil.com