Comentario:
Por Humberto Caspa, Ph.D.
La Primera Dama Michelle Obama dio una cátedra formidable de sociología en la Universidad de Tuskegee, Alabama. Recordó a los nuevos profesionales lo difícil que es tener la tez morena y ser de etnia afroamericana. Empero, también les participó que la discriminación que sufren no debe ser una excusa para que pierdan la esperanza de crear un mundo mejor.
No fue un discurso común y corriente. Por primera vez, la esposa de un Presidente habló sin pelos en la lengua, sin temores; no le importó la crítica de la derecha, tampoco se abstuvo en recordar lo terrible que fueron –y lo son todavía hoy— algunos grupos de la población europea-norteamericana en el trato a los afroamericanos y otros grupos minoritarios.
Fue una charla motivacional como también fue una crítica abierta a los que piensan que la sociedad norteamericana es un paraíso viviente. No en balde algunos personajes de la derecha –gurús mediáticos— sintieron en carne propia la crítica de la Primera Dama e inmediatamente hicieron resplandecer sus opiniones ardientes y reaccionarias.
Rush Limbaugh, conductor de un programa radial sindicado, la acusó por utilizar la alternativa de la raza para dividir al país.
Otra conductora conservadora de programas radiales, Laura Ingraham, manifestó que el discurso de Michelle Obama fue un “sermón de la victimización” y el conductor de televisión Sean Hannity la incriminó por no reconocer las “oportunidades que le brindó la sociedad norteamericana”.
Si nos ponemos a leer la historia norteamericana, nos damos cuenta que Michelle Obama está en lo correcto y sus críticos simplemente ignoran un pasado ignominioso de la cultura anglosajona.
La historia de Estados Unidos es la historia del racismo. En pleno capitalismo y modernidad, durante gran parte de su vida republicana, el gobierno y la sociedad estadounidense fomentó la esclavitud. Los afroamericanos eran tratados como mercancías que se pueden vender, como animales sin conciencia y como objetos que se pueden abusar.
Michelle Obama puntualizó que en un periodo posterior a la esclavitud, algunos científicos inescrupulosos, guiados por la soberbia racial, llegaron incluso a promover la idea de que los “afroamericanos tenían un cerebro más pequeño que los europeos-norteamericanos”.
La discriminación racial no se detuvo con los afroamericanos. Entre 1845 y 1852, cuando las plantaciones de papa en Irlanda fueron sacudidas por una peste natural, muchas familias migraron a ciudades del este de Estados Unidos. A su llegada, los colonos británicos y alemanes, los trataron como campesinos sin cultura, como animales portadores de enfermedades contagiosas.
Lo mismo sucedió con los polacos, a quienes también los tildaron como gente con pocos recursos intelectuales. En la década de los 1920, los inmigrantes italianos fueron los “malditos” de las calles de Nueva York y Chicago. Los latinos siempre fuimos una raza de baja categoría.
Sin embargo, nada se puede comparar con lo que padecen los afroamericanos. Incluso, los latinos y otros grupos minoritarios los discriminan.
Hoy, muchos afroamericanos son detenidos sin un motivo válido por la policía municipal o estatal. En algunos casos, como sucedió recientemente en Ferguson y Baltimore, son ejecutados a sangre fría y en plena luz del día.
No obstante, a pesar de todos estos problemas, la Primera Dama manifestó que cada uno puede resolver los problemas de nuestra sociedad, empezando con cosas pequeñas. “Empecemos por el voto…participemos el todos los procesos políticos”, concluyó.
Así, las palabras de Michelle Obama fueron un llamado a la conciencia ciudadana y a la hermandad. Fue un discurso histórico que persistirá en nuestra mente.
Humberto Caspa, Ph.D., es profesor e investigador de Economics On The Move. E-mail: hcletters@yahoo.com