Comentario:
Por Maribel Hastings
Hace unos días, en un foro con The Wall Street Journal, el ex gobernador de la Florida y potencial aspirante a la nominación presidencial republicana, Jeb Bush, afirmó que para tener éxito un candidato debe estar preparado para perder la primaria, a fin de poder ganar la elección general “sin violar tus principios”.
Obviamente Bush habló en sentido figurado retando a su partido a ser práctico si pretende volver a pisar la Casa Blanca.
En las primarias republicanas, sobre todo en los dos pasados ciclos electorales 2008 y 2012, los aspirantes suelen irse a la derecha del más derechista para apelar a la base ultraconservadora y alzarse con la nominación, aunque eso suponga oponerse a asuntos que hayan defendido. El mejor ejemplo fue John McCain en 2008 cuando dijo que votaría en contra de su propio proyecto de reforma migratoria. El problema viene después, cuando pasada la primaria, ese nominado republicano tiene que apelar a los otros sectores de votantes requeridos para ganar la elección general: independientes y minorías, como los electores hispanos, entre otros. McCain no pudo recuperarse y sólo logró 31% del voto latino perdiendo la elección ante Barack Obama.
Bush fue un gobernador ampliamente conservador en la Florida y a quien se le tacha de moderado, sobre todo por sus posturas en favor de una reforma migratoria que ofrezca una vía de legalización para millones de indocumentados. Los detalles de cómo sería esa vía no quedan claros. Pero su postura lo distingue de otros potenciales aspirantes a la nominación de su partido y, sin duda, lo destaca del extremismo asumido por el Partido Republicano en el Congreso, enfrascado en este momento en bloquear la acción ejecutiva del presidente Barack Obama para proteger de la deportación a millones de indocumentados, en tanto pueda concretarse una solución legislativa permanente.
Mientras Bush pondera su decisión, la pregunta obligada es si el ex gobernador de la Florida, casado con una mexicana, y con posturas migratorias moderadas sobreviviría una primaria republicana sin violar sus propios principios, particularmente en el tema migratorio.
En los dos pasados ciclos presidenciales, los republicanos se han mantenido dentro de la burbuja pensando que sus triunfos en gubernaturas y en el Congreso suponen que pueden ganar una elección presidencial, sosteniéndose únicamente en el apoyo de su base conservadora y anglosajona. Y ahora, de cara a 2016, algunas de las figuras republicanas que emergen como potenciales aspirantes, quizá apelen a esa base ultraconservadora (por ejemplo, el senador de Texas, Ted Cruz), pero ganar la general es harina de otro costal.
Por eso el manejo que los republicanos den al tema de la acción ejecutiva migratoria de Obama será crucial, a corto plazo, en esta sesión, y a largo plazo cuando asuman el control de ambas cámaras del Congreso en enero. Hasta ahora los esfuerzos republicanos por atraer el voto latino son nulos.
La semana pasada, la respuesta republicana de la Cámara Baja de mayoría republicana a la acción ejecutiva no fue llevar al pleno el proyecto de reforma migratoria que ya aprobó el Senado, el S.744, o someter su propia versión, sino aprobar un proyecto para bloquear la directriz. Fue un gesto para aplacar a los antiinmigrantes que al menos en este Congreso no tenía posibilidad de aprobación en el Senado aún demócrata y, aunque lo tuviera, la Casa Blanca advirtió que lo vetaría.
Del mismo modo que en las primarias republicanas de 2008 y 2012 los aspirantes a la nominación optaron por apaciguar a ultraconservadores sólo para luego perder la elección general, los líderes republicanos del Congreso y el Partido Republicano nacional siguen permitiendo que su ala antiinmigrante dicte su discurso y sus estrategias en detrimento de la competitividad de su partido ante los demócratas en una elección general.
De cara a 2016, ¿querrá el Partido Republicano perder la primaria para ganar la general? Esa es la gran disyuntiva republicana.