<p><img loading="lazy" src="/sites/default/files/2018/06/mexico-corea-junio-22--300x200.jpg" alt="" width="300" height="200" class="alignright size-medium wp-image-46832" srcset="https://dev-laprensa.pantheonsite.io/wp-content/uploads/2018/06/mexico-… 300w, https://dev-laprensa.pantheonsite.io/wp-content/uploads/2018/06/mexico-… 893w" sizes="(max-width: 300px) 100vw, 300px"></p>
<p>A los que dicen que el futbol no es la mejor de las medicinas.</p>
<p>A los que dicen que un gol no es capaz de eliminar dolores y tristezas.</p>
<p>A los que dicen el rodar de un balón no puede transformarse en el bastón que se necesita par poder levantarse y seguir adelante.</p>
<p>A todos esos escépticos, les tengo que contar una historia.</p>
<p>Un día antes de que la selección de México hiciera su debut en el Mundial de Rusia ante el equipo de Alemania, sufrí una delicada lesión de espalda.</p>
<p>Dos discos de la parte baja de mi columna vertebral se movieron de su lugar y atraparon terminales nerviosas importantes.</p>
<p>De la cintura hacia abajo, el lado izquierdo de mi cuerpo se convirtió en una despiadada cámara de tortura.</p>
<p>El terrible dolor que irradiaba la parte baja de mi espalda se reflejaba con fuerza inusitada en mi rodilla y mi pierna entera perdió sensibilidad.</p>
<p>Imposibilitado para ponerme de pie, mucho menos para caminar, me vi en la necesidad de llamar a una ambulancia para que me transportara al hospital. </p>
<p>En el área de urgencias, el doctor que me recibió procedió a ponerme un suero por donde inyectó medicina para atenuar el insoportable dolor. </p>
<p>Conforme pasaron las horas, el médico de turno obtuvo resultados de radiografías y resonancias magnéticas.</p>
<p>Con esa información en sus manos, el galeno me sugirió pasar un día más en el hospital.</p>
<p>“No quiero quedarme”, le respondí al joven médico que me atendía y que insistía en mi hospitalización para de esa manera poder controlar el dolor que inevitablemente me abrazaría con toda su fuerza.</p>
<p>El doctor me preguntó las razones por las que no quería internarme y mi respuesta fue contundente.</p>
<p>“Mañana tengo un compromiso al que no puedo faltar”, le respondí.</p>
<p> Esa excusa fue más que suficiente para que el doctor firmara mi alta y me dejara ir a casa.</p>
<p>A la mañana siguiente, traté de levantarme de mi cama, pero el dolor era insoportable.</p>
<p>Aún así, hice un esfuerzo sobrehumano y bajé 12 escalones para llegar hasta el nivel del departamento donde se encuentra televisor.</p>
<p>Nada en el mundo me iba a impedir ver el partido entre México y Alemania.</p>
<p>Con una gran bolsa de hielo en mi cintura, pastillas para el dolor que me dieron en el hospital y un cojín eléctrico en mi rodilla, trate de acomodarme en un sillón para ver el juego.</p>
<p>Mientras las incidencias se desarrollaban en la cancha, mi tolerancia al dolor diminuía, y con teléfono en mano, estaba a punto de volver a pedir la presencia de paramédicos en mi hogar.</p>
<p>Cuando iba a marcar el número de auxilio, Hirving “Chucky” Lozano perforó la valla del arquero teutón y entonces ocurrió el milagro.</p>
<p>El gol mexicano me hizo levantar de mi asiento de un solo impulso, y apoyando todo el peso de mi cuerpo en mi pierna derecha, comencé a saltar para celebrar lo acontecido.</p>
<p>La adrenalina del gol del Chucky me hizo olvidar el dolor y el sufrimiento que estaba padeciendo.</p>
<p>El gol del Chucky me reconfortó, me hizo sentir bien, aunque sea por unos minutos.</p>
<p>Tras el partido, regresé a mi cama y por tres largas semanas no pude ponerme de pie o dar un paso sin sentir un dolor terrible.</p>
<p>La medicina del gol del Chucky tuvo un corto efecto, pero pude comprobar que futbol es el mejor anestésico para enmascarar cualquier dolor.</p>