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<p>Amar es un verbo muy tocado en los anales de la historia. Todos queremos tener ese sentimiento. Esto quizás se deba a que, tanto cuando recibimos amor como cuando lo damos, no podemos menos que experimentar felicidad.</p>
<p>A principios de año, los lectores del periódico The Sunday Times de Londres prestamos atención al siguiente titular: “Una droga milagrosa en los estantes del Servicio Nacional de Salud: el amor”. El artículo informa de estudios clínicos recientes que demuestran que la atención considerada a los pacientes acelera su curación, reduce las complicaciones y disminuye las readmisiones a los centros médicos; mientras que los sentimientos de temor y la ansiedad causan el efecto contrario.</p>
<p>Muchos hemos sentido alguna vez el ímpetu o la necesidad de, por ejemplo, ir a visitar o llamar por teléfono a un familiar o a una amistad que sentía soledad o estaba con la salud afectada. Luego de efectuar la visita o la llamada es muy factible que hayamos tenido un sentimiento de satisfacción. Sobre todo si esta atención significó un rayito de amor que la persona recibió con beneplácito.</p>
<p>Para mí ese interés por los otros es el reflejo de Dios, la expresión máxima del amor. Ciertas características únicas del verdadero amor las demostró Jesucristo de manera práctica. Su vida contempló un amor que no reclamó nada y que siempre estuvo listo para perdonar cualquier tipo de ofensas. Hoy en día también podemos experimentar el amor de otros en acción cuando nos atienden con paciencia o nos guían a través de ideas renovadoras que nos dan consuelo y nos invitan a la acción para lograr metas positivas.</p>
<p>Hace algunos años tuve la oportunidad de ampliar mi capacidad de dar amor. El director de la institución para la que laboraba tenía interés en que se aprobara una determinada operación. Debido a que las disposiciones legales no lo permitían, yo me reafirmé en la imposibilidad de aprobarlo. Esta decisión le causó ira, la misma que descargó sobre mi persona mientras tratábamos el asunto durante una reunión con representantes de las diferentes jefaturas de la institución. En aquel momento nadie más ofreció su opinión, posiblemente por temor. Personalmente consideré esta situación como un ataque hacia mi persona y me sentí muy mal. Pero me mantuve firme.</p>
<p>A la vez, opté por perdonar los pormenores de su comportamiento como una prueba visible de que el amor de Dios estaba presente entre nosotros. También consideré la dimensión espiritual de esta persona y su receptividad para reconocer las ideas que nos liberarían de un despropósito. El resultado fue que aquella iniciativa no prosperó. No sólo eso, cuando este jefe finalizó el período de su labor, me abrazó dándome las gracias por mi buen trabajo y porque sentía que “le había cuidado las espaldas”.</p>
<p>De esta experiencia aprendí que el perdón no significa consentir un comportamiento inadecuado. La gracia del perdón viene cuando podemos ver más allá de la acción que produce desasosiego, procurando esforzarnos en reconocer las cualidades que poseen quienes nos han ofendido. Así, poniendo a Dios primero en todo, he ido adquiriendo una mejor comprensión de su cuidado para con todos, logrando desvirtuar acontecimientos y creencias que parecían nefastas y difíciles de corregir.</p>
<p>Para finalizar, me gustaría invitarlos a considerar la siguiente historieta. El caballo ya muy viejo de un granjero cayó dentro de un pozo de agua vacío y profundo. El hombre, al considerar que le costaría más rescatar al caballo de lo que representaba el valor del pozo y caballo juntos, decidió sepultar al animal. Para ello, con una pala iba tirando montones de tierra. Mientras, el caballo se sacudía fuertemente cada vez que le caía la tierra. De esta manera fue subiendo de lo profundo del pozo, pues pisaba más y más alto, hasta que llegó al nivel necesario para poder salir.</p>
<p>Este relato me hace pensar en la manera en que podemos deshacernos de sentimientos negativos como el odio, el rencor, los celos o la envidia —¡Sacudiéndonos con fuerza de cualquiera de ellos! —, con el fin de salir a flote y experimentar la sensación de paz y el bienestar espiritual que promueven la buena salud.</p>
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