Sinopsis de la igualdad cubana

Comentario:
Por Humberto Caspa, Ph.D.

Meses atrás uno de mis lectores me escribió desde la Habana, Cuba, reclamándome una mención a su estimada patria.  Cuándo vas a escribir sobre Cuba”, me exhortó.

De Cuba hay mucho que escribir. Muchos que se dedican al estudio de su régimen comunista simplifican su análisis a la falta de apertura económica, al abandono de las libertades políticas, y amplifican los aspectos autoritarios de su gobierno.

Hay veces, nuestras libertades y nuestra democracia liberal se convierten en bufandas nebulosas que se amarran sobre nuestros ojos y no nos permiten visualizar algunos aspectos destacables de la sociedad cubana.

A diferencia de Estados Unidos y América Latina, las relaciones étnicoraciales en Cuba no tienen los ingredientes raciales de nuestras sociedades. Por lo menos, el prejuicio contra el “negro” está atenuado y rebajado a su mínima expresión.

Por el contrario, en nuestra sociedad el racismo volvió a resplandecer. Por mucho, Estados Unidos es el país más racista del continente Americano. Irónicamente, sin embargo y por propios méritos, Estados Unidos es el país que más hizo –más que cualquier otro país latinoamericano— en abandonar racionalmente los estropajos del racismo sistémico.

Si ponemos los libros de historia sobre la mesa, la historia de Estados Unidos es la historia del racismo. Desde las leyes contra los inmigrantes irlandeses y los polacos antes y durante la Independencia, y luego contra los italianos y portugueses a inicios del Siglo XX, hasta las recientes redadas contra los inmigrantes latinoamericanos, el idealismo intolerante de la extrema derecha siempre se interpuso.

A los africanos-americanos o habitantes de “raza negra”, la sociedad norteamericana siempre los trató con deslealtad. En el periodo de la colonia y durante varias décadas de la era republicana, los “negros” fueron reducidos al servilismo de las castas blancas y la mendacidad del capitalismo.

El reciente asesinato del adolescente Trayvor Martin en la ciudad de Sandford, Florida, por un desalmado de la extrema derecha, George Zimmerman, es un testimonio veraz del racismo imperante. Nuestra complicidad no sólo es individual sino también sistémica. Zimmerman no fue arrestado, ni tiene cargos en su contra por la justicia ordinaria. Su acción está amparada por las leyes anacrónicas de Florida.

En América Latina, las atrocidades y maltratos en contra de los africano-latinoamericanos (africano-mexicanos, africano-peruanos, etc.) nunca fueron documentadas porque muchos historiadores se olvidaron de su existencia. Sus vidas nunca tuvieron relevancia ante sus ojos.

Hoy esa realidad contra este pueblo ha cambiado poco. Incluso, en Brasil, donde abundan las mezclas étnicas, el racismo contra el “hombre de color” es una banalidad que se extiende. Los mulatos discriminan a sus propios hermanos negros. El odio a tu propia identidad es el “racismo en su máxima intensidad”, decía el escritor Agustín Gurza.

En Cuba, a pesar de sus condicionantes económicos y su pobreza, los prejuicios raciales y étnicos fueron minimizados. El idealismo comunista, condenado casi en su integridad en Estado Unidos y en la mayoría de los países latinoamericanos, tiene la virtud de cortarlos desde sus bases.

El africano-cubano en La Habana no tiene ningún problema en convivir o compenetrarse en una sociedad distinta a la suya.

Hay veces cuesta reconocer el valor de nuestros enemigos.

Humberto Caspa, Ph.D., es profesor e investigador de Ecomonics On The Move. E-mail: hcletters@yahoo.com

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