México del Norte
Por Jorge Mújica Murias
Con la novedad esta semana de que la industria de la comida rápida no solamente nos llena el estómago de porquerías (lo cual dicho sea desde el principio no es culpa de sus trabajadores), sino que además está subsidiada por todos nosotros, habitantes de México del Norte (y el del sur y el del centro y todos los demás), comamos o no sus productos.
Según un estudio publicado esta semana por economistas de la Universidad de Illinois y el Centro de Estudios Laborales de la Universidad de California en Berkeley, Califas, nuestros impuestos le ayudan a este sector de la industria restaurantera a mantener vivos a sus trabajadores.
Cada año, aproximadamente 7 mil millones de dólares de impuestos se gastan en ayudar a sobrevivir a un poco menos de dos millones de trabajadores a los que no les alcanza el salario. Estos traba-jadores reciben devoluciones de sus impuestos por mil 900 millones de dólares; 1000 millones en cupones de comida, y casi 4 mil millones más en Medicaid y los programas de Salud Infantil. En general, los trabajadores de restaurantes de comida chatarra tienen el doble de chances de terminar pidiendo ayuda pública que los trabajadores de otras industrias.
No es de extrañarse. A salario mínimo, 3 de cada 4 trabajadores no trabajan de tiempo completo. Las compañías les dan alrededor de 25 ó 30 horas por semana, y eso no alcanza para vivir. Incluso la mitad de los trabajadores de tiempo completo pide ayuda pública para poder sobrevivir.
Y es curioso porque el año pasado, entre las siete mayores compañías de comida rápida ganaron un total de 7 mil 400 millones de dólares y le repartieron a sus accionistas 7 mil 700 millones. De pilón, le pagaron 53 millones a sus presidentes, según el Proyecto por una Ley Nacional de Empleo.
Y Una Lanita Por Allá
Una de las peorcitas compañías es McDonald’s, que incluso tiene una “línea de ayuda” para decirle a sus trabajadores a dónde pueden solicitar ayuda pública y los ayuda a solicitarla. Hay que aclarar que si McDonalds fuera un país, solito, sería la economía número 90 del mundo, por encima de Bolivia, El Salvador, Paraguay y Honduras, por citar unos cuantitos.
Y aunque parezca poquito, McDonald’s le soltó casi medio millón de dólares a una bola de políticos para sus campañas electorales el año pasado. Y será poquito pero “bien invertido”. Por ejemplo, McDonald’s le regaló miles de dólares de campaña a los senadores republicanos John Boozman, Richard Burr, Saxby Chambliss, Bob Corker, John Cornyn, Deb Fischer, Chuck Grassley, Mike Johanns, Mitch McConnell, Jerry Moran, Pat Roberts, John Thune y David Vitter, y todo ellos votaron en contra de la propuesta de “reforma migratoria”, no porque la consideraran, como nosotros, mala para los trabajadores, sino porque la querían más mala.
Del lado de la Cámara de Representantes, le soltaron lana a Spencer Bachus (que quiere quitarle la ciudadanía a los hijos de los indocumentados); John Barrow (Demócrata Conservador Anti-inmigrante); Judy Biggert (jefa de los Demócratas conservadores anti-inmigrantes); Sanford Bishop (Demócrata conservador anti-inmigrante); John Boehner (Líder de la mayoría Republicana que se niega a discutir la mentada “reforma migratoria”); Eric Cantor (anti-inmigrante miembro del Tea Party); Jim Cooper (jefe de los Demócratas conservadores anti-inmigrantes); Jim Costa (Demócrata conservador anti-inmigrante); Raúl Labrador (quiere quitarle la ciudadanía a los hijos de los indocumentados, quiere quitar los pagos por horas extras); Tom Latham (apoyador de los Minuteman) y a otra bola de políticos del Tea Party.
Y ya para rematar, desde hace como un mes, como respuesta a la valiente lucha de sus trabajadores para organizarse en la llamada “Lucha por los 15” ($15 dólares de salario mínimo por hora en los restaurantes de comida rápida), McDonald’s le empezó a revisar los documentos de inmigración a sus trabajadores. A los que resultaron con papeles irregulares los empezó a despedir.
En mi diccionario, además de explotadores de trabajadores y de aprovechados porque en vez de bajar un poco sus ganancias mandan a los trabajadores a pedir ayuda pública, McDonald’s es francamente anti-inmigrante. Para mí, se han ganado el apodo de McMigra, y les tenemos que responder.
Ya hay una iniciativa de boicot nacional a McMigra, y yo la voy a seguir fielmente. Pedirles que dejen de vender comida chatarra sería demasiado, pero hay que exigir que dejen de darle donativos a los políticos anti-inmigrantes y que le devuelvan el trabajo a todos los despedidos.
¡No más dinero nuestro para McMigra!